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Un compartir migrante

Actualizado: 30 oct 2020

Está por amanecer, ya se ve  una línea de luz  alrededor de las montañas  y la capa de  hielo que se formó por la helada se está convirtiendo en gotas de rocío, miro hacia atrás y solo se ve el camino recorrido y adelante los muchos que faltan por recorrer; la verdad  nunca creí lo que me hablaban de la inclemencia del páramo, el grupo con el que venía se separó en el trayecto, algunos contaron con suerte y pudieron subir en los camiones desocupados que pasaban por la ruta, otros se fueron quedando porque ya sus fuerzas no daban para seguir andando, el cansancio agobia, pero agobia más el peso de lo que se deja en casa, no importa el dolor de las piernas ni la incomodidad  de las ampollas, mata el dolor de dejar todo atrás por lo que se ha trabajado, por lo que se ha vivido, por lo que se ha amado, y en el silencio de  la noche mientras se congelaban mis huesos le hablaba a Dios con rabia, con la rabia de haber perdido todo y sentirme desamparado, sin un punto de apoyo, con la única motivación de querer cambiar la mirada de impotencia y frustración de los míos, de los que se quedaron,  no sé cómo se puede vivir con tanta opresión, con tanta corrupción, y como el permite que pase esto. Los dedos se encalambran del frío y de la rabia, rabia que calienta mi espíritu y tal vez por eso  por el calor de la rabia no muera en el inclemente frío de la noche en el páramo.

Por fin el sol sale y el ambiente se empieza a calentar, en el rostro de los otros se ve lo  difícil que fue la noche, en el borde de la carretera hay algunas cruces que son el recuerdo a los que sucumbieron al inclemente frío y son el testimonio tangente a  todos los que emprendimos este camino de  los riesgos de la migración, con esa realidad de poder perder la vida, solo me queda levantarme y seguir caminando, seguir un camino largo y lleno de incertidumbres. Donde algunas personas se detienen y nos brindan alimento, ropa, y se preocupan en algo por nuestra suerte, pero en contraste nada se compara a la mirada del  desprecio, del que no vale, hay dureza en los corazones de los que no entienden la magnitud que nos obligó a salir de nuestras casas, de nuestra ciudad, de nuestro país,  donde éramos alguien y pasar a no ser nada. Pero paso a paso se labra el destino y se recorren nuevos caminos con la esperanza de que cada sacrificio rinda fruto y se cosechen los logros  de caminar a  una tierra de nuevas esperanzas.


Elaborado por: Iván Darío Briceño Gamba Arquitecto, Voluntario Socorrista

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