El atardecer del viernes 22 de noviembre de 2019, en la ciudad de Bogotá, tomaba unos visos diferentes a los de la cotidianidad. Muchas personas caminaban tratando de llegar a sus hogares, por sectores una lluvia leve acompañaba el trayecto, pero los caminantes aunque con prisa por llegar no se veían alterados; por mi parte a las dos de la tarde se empezaron a ver y sentir los primeros gases lacrimógenos por la calle 26 con caracas, sin lograr conseguir un transporte para salir de allí decidí caminar hacia el lugar más cercano donde llegaría mi esposo en la noche para encontrarnos y llegar a nuestra casa fuera de Bogotá.
Sobre las cinco de la tarde, ya estaba en la sala situacional de la Cruz Roja Colombiana – Seccional Cundinamarca y Bogotá y con el overol puesto, dispuesta a ayudar en lo que se requiriera. Dentro del ejercicio de planeación y atención, monitoreaba y registraba cada una de las actuaciones que la institución se encontraba desarrollando: los movimientos de ambulancias que brindaban atención en primeros auxilios y traslados de pacientes y las unidades de respuesta que apoyaban con primeros auxilios y apoyo psicosocial, los cambios de servicios en nuestros puntos de atención como las centrales de urgencias y los alojamientos temporales.
A las 5:10 de la tarde, se confirmó que habría toque de queda en las localidades de Kennedy, Ciudad Bolívar y Bosa a partir de las 8 de la noche.
Las acciones de atención continuaron en ese momento y tanto nuestros voluntarios como empleados siguieron trasladándose y dando soporte a los temas de salud; pero con la noticia del toque de queda, se activó un plan para acelerar cambios de turno e incluir mayor personal para no descuidar las atenciones en los servicios que funcionan 24 horas. Nuestro personal con toda la disposición aceptó cubrir turnos y seguir en operación.
Y justo a las 6 de la tarde, se declaró el toque de queda en toda la ciudad, de forma angustiosa llamo a mi esposo, quien entonces ya no podría llegar a Bogotá; no llegaríamos a casa esta noche. Finalmente él se quedaría en un hotel junto con el grupo de personas con las que estaba, más o menos 160, quienes nunca ingresaron a la ciudad esa noche. En ese momento una atmósfera de intranquilidad se sentía en Bogotá, la tensa calma poco a poco comenzó a transformarse.
Queríamos ir por unos niños que estaban en su Colegio en Bosa porque tampoco llegarían esa noche a sus casas, no habían podido salir porque estaba bloqueada la puerta de su colegio, finalmente las autoridades del colegio y los estudiantes debieron dormir allí. Así como en Bogotá, varios municipios de Cundinamarca empezaron a adoptar también el toque de queda: Soacha, Facatativá, Chía y Zipaquirá. Transmilenio cerró operaciones a las 7:00 p.m.
Y entonces las noticias y las redes sociales comienzan a tener información de saqueos en conjuntos residenciales, las líneas de urgencia colapsaron con personas solicitando ayuda, a medida que se hacían los recorridos por la ciudad se encontraban personas con camisetas blancas, con palos de escoba, cuchillos, machetes y cualquier elemento en sus manos con los que creían podían salvaguardar sus cosas y a sus familias. A la una de la mañana asistí a uno de esos recorridos, en cada conjunto residencial podía evidenciarse la conformación de un grupo, personas que compartían un elemento en común “el miedo”, aunque de diferentes edades todos ellos motivados por la supervivencia, respondiendo al interés de cuidar sus propiedades y vidas, compartían la procedencia y la visión de “vándalos” como la identidad común que esa noche los unió, les hizo hablarse y permanecer juntos.
Aunque desde el carácter social los seres humanos vivimos en diversas agrupaciones, la interrelación siempre está mediada por esos objetivos que se comparten, la comunicación había sido por redes sociales y los mensajes de saqueos y vándalos por toda la ciudad constituyeron esa necesidad de supervivencia que debía cubrirse. Cada vez que pasábamos por un conjunto las personas con sus camisetas blancas y palos en mano, tomaban un espacio para agitar sus manos y saludar; sus rostros reflejaban miedo, temor y angustia, emociones que ejercen gran fuerza sobre nosotros e influyen nuestro pensamiento y conducta. Para Boyes (2007), el miedo es una reacción de la respuesta primitiva del cuerpo de pelear o huir, en esta ocasión la reacción nunca fue la huida sino afrontar con valentía haciendo guardia en sus hogares, dispuestos a pelear.
Fogatas encendidas buscaban mitigar el frío e iluminar para estar alerta, pasamos por varias de ellas y las preguntas de la gente siempre eran las mismas: “¿Cómo está la situación? ¿Ustedes qué han visto? ¿Ya vienen?”. Nuestra respuesta siempre fue “está todo en calma, no hemos visto nada, hay bastante miedo y muchas personas como ustedes en los conjuntos pero por donde hemos ido no hemos visto nada”. En ese momento donde días previos se dieron movilizaciones sociales contra el Gobierno, no solo en Colombia sino en varias partes de Latinoamérica, una época caracterizada por una constante turbulencia y un creciente sentimiento de inseguridad, los mensajes de vandalismo generaron un despertar del miedo colectivo, porque en Colombia hemos tenido exposición continúa a violencia, corrupción, desigualdad social, inseguridad, desastres y crisis humanitarias, pero ante una posible ocupación peligrosa que fue informada previamente, surgió la acción heroica y coordinada de salvadores.
Esto permeó todas las clases sociales de Bogotá, de Norte a Sur y de Oriente a Occidente las sensaciones eran las mismas, cada grupo social dentro de cada unidad residencial generó su propia estructura, quienes estaban custodiando las rejas, los que preparaban una bebida caliente, quienes mantenían el fuego vivo, y los voceros, con una premisa de frente de no dejar acercar ni dejar ingresar a nadie que no hiciera parte de ese grupo. Todos siempre estaban alerta contra ese otro, pero ese otro nunca apareció, nunca estuvo presente, siempre fue un fantasma.
Es así que se refleja como las emociones y en este caso el miedo colectivo de esa noche del viernes y madrugada del sábado estuvieron directamente relacionados con el significado, ya que ningún cambio emocional se produce sin un cambio cognitivo, y aquí el cambio cognitivo fueron los vándalos que llegarían a saquear y violentar sus hogares, esos fantasmas que nunca llegaron.
A las seis de la mañana, luego de estas horas de incertidumbre y miedo como mecanismo de defensa, amanece nuevamente, logro encontrarme con mi esposo y por fin llego a casa reconociendo que aunque debemos responder de forma rápida y eficaz ante las situaciones adversas, no hay porque temerle a los fantasmas.
Elaborado por: Erika Cardona Patiño Directora Asuntos Humanitarios
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